jueves, 13 de agosto de 2009

donde caben dos caben tres

Contaba mi abuela, que en paz descanse la pobrecilla pues trabajó como un mulo toda su vida, que en los tiempos en los que los españoles marchaban a otros países para ganarse el jornal y dar de comer a los hijos, en su pueblo, de tradiciones muy cerradas y católicas, andaban las mujeres revolucionadas por el nacimiento de la hija de Berta.
Berta era una muchacha hermosa, como la fruta jugosa de temporada, que de puertas para afuera de la casa se mostraba recatada y pulcra, y adentro era más fresca y ligera que una gallina clueca. A su marido, lo tenía pues, loco de pasión. Pero un día, marchó para las Américas y tardó en volver más de siete años. Durante ese tiempo, Berta recibió la visita de su esposo en dos ocasiones, pero fue meses después de la última, que la muchacha dio a luz una niña. Hasta ahí, todo fue normal, pero después de un tiempo, la niña, creció rubia como una panocha y con unos ojos azules tan intensos que daba reparo mirarlos directamente.
Algunas mujeres del pueblo contaban que la niña era el fruto del desenfreno de su madre con el cantante de un grupo de músicos suecos que el alcalde contrató durante las fiestas del pueblo, para complacer a una nieta suya de la capital, que pasaba algunos veranos.
El marido de Berta no volvió nunca más y se cree que perdió todo lo que había ganado en una partida de pócker.

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